sábado, 5 de abril de 2008

ÁNGEL BECERRA Madrid

Palabras sinceras. Palabras de vida.

Tengo deseo de unir mi testimonio al de tantos hombres y mujeres que hemos tenido el inmenso placer de conocer a Miguel, no sólo como persona, sino como gran poeta y trovador.

Miguel tenía una sensibilidad especial para descubrir y ver las realidades de la vida que rodeaban su entorno y los signos de los tiempos con mucha clarividencia.

No es fácil entrar en el corazón y en el pensamiento humano; yo sí tuve esa suerte.

Los dos, durante los últimos años de su vida, reservábamos algún día de mis vacaciones de agosto para adentrarnos en el mundo del pensamiento y de los sentimientos. Nuestro escenario era el mar como fondo y el cielo como testigo, dando rienda suelta a lo que Dios ponía en nuestra boca.
Miguel era un hombre que sufría con el dolor humano, sincero y honesto con él mismo y con los demás, justo y prudente, como gran observador a través de su humanidad.

Él siempre para definir a Dios utilizaba la palabra luz. Esta luz aparecía para él también en la tiniebla y era su esperanza. Con la muerte física, para él esa luz no se apagó sino que lo abrazó y lo dignificó como hijo muy amado de Dios.

Desde el cielo y desde esa luz, él sigue iluminando a sus seres queridos y a todos nosotros, que hemos sido fieles amigos, hasta que lleguemos a encontrarnos en esa luz.

Miguel trova y trova para nosotros desde el cielo.

Te queremos.

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